PIEDRAS PRECIOSAS

El cuerpo del delito estaba ahí, en el centro de la gruta, sobre una gran roca de oro: un pequeño rubí, redondo, un tanto reluciente, como un grano de granada al sol.


El gnomo tocó un cuerno, el que llevaba en su cintura, y el eco resonó por las vastas concavidades. Al rato, un bullicio, un tropel, una algazara. Todos los gnomos habían llegado. Era la cueva ancha, y había en ella una claridad extraña y blanca.


Era la claridad de los carbunchos que en el techo de piedra centelleaban, incrustados, hundidos, apiñados, en focos múltiples; una dulce luz lo iluminaba todo.


Aquellos resplandores, podía verse la maravillosa mansión en todo su esplendor. En los muros, sobre pedazos de plata y oro, entre venas de lapislázuli, formaban caprichosos dibujos, como los arabescos de una mezquita, gran muchedumbre de piedras preciosas.


A Los diamantes, blancos y limpios como gotas de agua, emergían los iris de sus cristalizaciones; cerca de calcedonias colgantes en estalactitas, las esmeraldas esparcían sus resplandores verdes,


y los zafiros, en amontonamientos raros, en ramilletes que pendían del cuarzo, semejaban grandes flores azules y temblorosas. Los topacios dorados, las amatistas circundaban en franjas el recinto;


y en el pavimento, cuajado de ópalos, sobre la pulida crisofasía y el ágata, brotaba de trecho en trecho un hilo de agua, que caía con una dulzura musical, a gotas armónicas, como las de una flauta metálica soplada muy levemente.

(Texto: Rubén Darío.)

Broches realizados con agujones plateados y cristales Swarovski Chessboard de 12 mm. Colores, Jet, Light Siam, Crystal AB y cabochón 4854 Indicolite, de 10 mm.

0 comentarios:

Publicar un comentario