Los dulces y los niños: ¿Qué tiene de malo?

Contra lo que dice el refrán, no es tan fácil quitarle un dulce a un niño, sobretodo cuando hemos sido los propios padres los que le hemos educado en usar el dulce como único alivio a sus necesidades.

Antes que nada, hay que entender que los dulces no son enteramente malos, ya que proporcionan la energía que el cuerpo necesita para continuar. Pero hay dos cosas que debemos tener en cuenta cuando le damos un dulce a nuestro hijo: Cuándo se lo damos y por qué se lo damos.

Se sabe que el cuerpo de un niño necesita consumir hidratos de carbono (que producen azúcar) hasta que estos representen el 50% del total de nutrientes que consume diariamente. El problema aparece cuando se consumen de manera desordenada. Hay un mecanismo de regulación del apetito que se llama la hipoglicemia, que nos genera la sensación de hambre en la mañana y en la tarde. Los dulces elevan los niveles de azúcar en la sangre hasta lograr un grado de glicemia considerado normal, con lo que se anula la sensación de apetito. Si un niño consume bizcochos, chocolates, galletas y todo tipo de dulces en la mañana, es lo más normal que a la hora del almuerzo no tenga hambre. Puede que no varíe su peso pero estará privándose de otros nutrientes que su cuerpo necesita, como las proteínas, grasas, minerales y vitaminas.

Por otro lado, si nos hemos acostumbrado a darle dulces a nuestro hijo para calmarlo cuando estaba intranquilo, o cuando queríamos que hiciera o no hiciera algo, pues no nos sorprendamos de que suelan recurrir a ellos; a los niños les gusta mucho repetir sensaciones y experiencias agradables. Cuando nuestro hijo nos pida dulces, lo primero que debemos pensar es por qué lo pide; qué es lo que está pidiendo en realidad: Compañía porque se siente solo, quiere entretenerse, una caricia, un espacio mayor para su actividad vital.

Los dulces están por todas partes, por lo que sería inútil tratar de borrarlos de sus vidas. Pero sí podemos restringirlos, disminuyendo su consumo entre comidas, distrayéndolos con otras actividades y brindándole nuestra cercanía y afecto. Dárselos después de las comidas sí, pero no como premio por comerse lo anterior; estaríamos formando la idea de que la comida es lo malo y el dulce lo bueno. Todo esto, teniendo en cuenta que no habrá un cambio radical de la noche a la mañana; todo vicio es fácil de adquirir pero difícil de quitar.

¿Y no será que los que más gozamos dándoselos somos nosotros, a pesar de saber que les hacemos un daño? Hagámos un esfuerzo y privémonos de ese pequeño "placer". Seguro que será por su bien.

Fotos: More4kids, Chupa Chups


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