Efectos de la Crisis de los Padres sobre sus Hijos

La experiencia de la separación o divorcio de los padres produce en los hijos estados de profunda infelicidad. Sin embargo, a pesar de lo trágico que esto pueda resultar, el mayor peligro para ellos es la posibilidad de que se produzca un retroceso o distorsiones en su desarrollo. El riesgo aumenta cuanto más pequeños son los niños y cuando entre los padres se producen enfrentamientos, injurias recíprocas o afán de descalificación de la ex-pareja frente a terceros, en presencia del niño. Como resultado de la crisis de los padres, pueden aparecer algunos problemas, tales como sentimientos de culpa y fantasías de haber provocado la ruptura, derrumbe precoz de la imagen idealizada de los padres, falta de cariño, percepción del rechazo de los padres cuando algo de sus hijos le proyecta a su ex-pareja en ellos, confusión en la percepción de la realidad, alteraciones en el superego y desarrollo defensivo temprano.

Cuando se dan nuevas uniones conyugales, esta experiencia podrá ayudar a la continuidad en el desarrollo personal del niño o por el contrario, será la razón de nuevas complicaciones. Mucho depende de la edad del niño, de la calidad del vínculo con sus progenitores y del nivel de resolución de conflictos entre sus papás. El niño de padres separados o divorciados necesita que estos desarrollen nuevos vínculos con otros adultos porque de este modo evitarán tener una intimidad total con su progenitor, quien puede incluso llegar a ver a su hijo con un cónyuge sustituto, con los consiguientes efectos negativos en el proceso de maduración emocional del pequeño.

A pesar de lo grave de estas crisis, es posible que un niño se sobreponga al trauma de la separación de sus padres. Lo logran aquellos que han podido alejarse de una situación familiar complicada, hacia una mayor independencia y libertad fuera de la órbita familiar. En esta recuperación influyen factores como los atributos personales del niño, las relaciones tempranas de cuidado afectivo, el apoyo social, la capacidad para usar los diversos recursos que el ambiente provea y la no identificación con los aspectos perturbados de los padres.

Los centros educativos, entre ellos los Jardines de Infancia, se convierten entonces en un espacio alternativo de desarrollo, debiendo ofrecer un marco estable y confiable para la vida del niño. Esto lo logra fortaleciendo a la maestra como figura de soporte social y afectivo, velando por el mantenimiento de los atributos positivos del niño, especialmente aquellos relacionados a la percepción de la realidad y a la capacidad de acceder a sus emociones e ideas. La maestra deberá intervenir de manera que amortigüe el impacto emocional de la crisis sobre el niño, brindándole acompañamiento y un espacio para la expresión de sus afectos.

Igualmente, la intervención del Jardín se debe dar tomando en cuenta a los padres del niño. Si se cultiva la confianza con ellos, la maestra podría servir de contacto. Se dará el caso que, cuando haya bastante conflicto entre los padres, le resultará difícil a las maestras mantener un tono neutral o evitar sentirse manipulada por alguno de ellos. Esto le permitirá, sin embargo, tener una mejor idea de lo que esta pasando el niño y ponerse en su lugar.

Lograr que el niño se sienta cómodo, aliviado y compensado en sus problemas junto a la maestra será el primer objetivo. Luego se podrá afirmar todos los temas que sea necesario consolidar en el pequeño para sobrellevar la crisis de la mejor manera, ganándose su confianza, hablando con él sobre lo que sucede en su familia, y mostrándose genuinamente interesada en lo que quiera y necesite expresar.

Fotos: Univision, Es Mas

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