¿Y LAS OVEJAS?

Hoy os dejo un paquetito sin abrir. ¿Qué esconderá? Para ayudaros a resolver el "enigma" os dejo un bonito cuento de María Inés Garibaldi titulado "¿Y las ovejas?". Si tiene que ver o no, con lo que hay dentro de este paquete, lo averiguaremos en la próxima entrada.



Matías trataba de dormir, vuelta para un lado, vuelta para el otro.
Más lo intentaba, menos lo lograba, vuelta para un lado, vuelta para el otro.
Las sábanas, todas arrugadas, el acolchado, tirado en el suelo, vuelta para un lado, vuelta para el otro.
Matías cerraba los ojos, los ojos se abrían, los volvía a cerrar, se volvían a abrir.
Finalmente logró mantenerlos cerrados.

Trató de imaginarse en medio del campo. Pensaba en el campo y saltaba en el pelotero del cumpleaños de Martín. ¡Qué divertido! Pensaba otra vez en el campo y erraba el gol en el partido de fútbol que había perdido esa mañana. ¡Qué bronca!

Guardó los pensamientos en un rinconcito de su cabeza. Dos vueltas de llave y listo. Estaba en medio del campo. Y empezó…

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… —de pronto se detuvo.
—¿Y las ovejas? ¿Dónde están? —ni una oveja chiquitita podía ver.
—¡Qué problema! Si no hay ovejas no las puedo contar. Si no las puedo contar no voy a poder dormir. ¡Tengo que encontrar a las ovejas! —Y fue a buscarlas.
El campo era inmenso. ¿Por dónde empezar?
Hacia un lado se extendía un gran terreno sembrado. Y en medio del terreno había un espantapájaros.

—Hola —saludó Matías.
—Pí, piripí, pí, pí —respondió el espantapájaros.
—¿Podrías decirme si has visto ovejas por aquí?
—¿Es alguna especie de pájaro nuevo?
—No, las ovejas no son pájaros.
—Entonces no lo creo. Solamente veo pájaros, pajaritos, pajarotes, pajarracos, pajarones. Todo el día. Toda la noche. Pájaros, pajaritos, pajarotes, pajarracos, pajarones. Todo el día. Toda la noche. Pí, piripí.
Matías se fue. Ese espantapájaros solo tenía pajaritos en la cabeza.
Encontró un camino y lo siguió hasta que se abrió en varias direcciones. Al costado había un conejo comiendo pepinos.

—Hola —saludó Matías.
—Lola no está —respondió el conejo.
—¿Podrías indicarme qué camino seguir para encontrar a las ovejas?
—Lentejas no tengo. Solamente pepinos.
—No, no, quiero saber el camino que debo seguir para encontrar a las ovejas.
—¿La coneja? Bien, gracias, llevó a los conejitos de paseo al bosque.
—No, no y no. Lo que te pregunto es si sabés el camino que debo seguir para encontrar a las ovejas.
—Vieja, la coneja. ¡Qué insolente!
—¡¡¡Ovejas!!!
—Arvejas tampoco tengo. Únicamente pepinos.
—¡¡¡Oveeejaaaas!!! ¿Dónde puedo encontrar ovejas?
—Las quejas se realizan de lunes a viernes de diez a diez y cinco de la mañana.
No tenía sentido seguir preguntando. Matías eligió uno de los caminos y se alejó. Anduvo durante un rato hasta que el camino se angostó y oscureció.
—Estaré entrando en un túnel —dijo y siguió adelante.
Cada vez estaba más oscuro, pero una pequeña luz a lo lejos le indicó que pronto encontraría la salida. Cuando estuvo bien cerca se dio cuenta de que no era la salida. Eran luciérnagas.

—Hola —saludó Matías.
—Hola —respondieron las luciérnagas.
—¿Qué están haciendo?
—Brillando.
—Pero es de día.
—Por eso estamos acá. Para brillar todo el día. Somos tan hermosas que es una pena brillar solamente de noche.
—¿Saben en qué lugar puedo encontrar a las ovejas?
—¿Para qué querés ovejas?
—Para contarlas y poder dormir.
—¿Por qué no contás luciérnagas? Somos tan hermosas…
—Con tanta luz no me dejarían dormir.
—Vos te lo perdés.
Matías salió de la cueva.
Cuando estuvo afuera se encontró con un árbol inmenso que le cerraba el paso.

—Hola —saludó Matías.
—Hola —respondió el árbol.
—Estoy buscando a las ovejas. ¿Sabés en dónde las puedo encontrar?
—A lo mejor…
—Por favor.
—Te lo voy a decir con una condición.
—¿Cuál?
—Tenés que responder una pregunta sumamente difícil.
—Está bien.
—Cuánto es 2 por 3.
—Psss. ¡Fácil! Seis
—Perdiste. En el campo dos por tres llueve. ¡Ja, ja, ja!
El árbol se convirtió en lluvia y llovió muy fuerte. De pronto brilló el sol y un arco iris pintó el cielo. El arco iris subía y bajaba como un tobogán gigante y llevaba a Matías de aquí para allá. Hasta que lo dejó en el suelo. Muy cerca de unos arbustos.
A lo mejor encontraba ovejas detrás de los arbustos. Pero…

—Abuela, ¿qué estás haciendo acá?
—Hola, Mati. Estoy tejiendo.
—Entonces las ovejas están por acá.
—No, no encontré ninguna.
—¿Qué usás para tejer?
—Agujas.
—¿Qué más?
—Nubes. Tejo nubes, Matías. Blancas y suaves nubes.
—Chau, abuelita. Tengo que encontrar a las ovejas.
Siguió su camino. Ahora estaba bordeando un río. De repente el río se ensanchó y Matías quedó en el medio. Una suave melodía comenzó a arrullarlo. Era un canto dulce que invitaba a dormir y soñar. Matías cerró los ojos.

Un pez martillo lo golpeó.
—¿Por qué me golpeás? Justo que me estaba durmiendo.
—No podés dormirte en el agua. ¡No sos un pez!
—Pero ese canto tan lindo…
—Son las sirenas. No podés dormirte. Vamos a la orilla —Y entre varios peces lo sacaron del agua.
Se quedó un rato aturdido. Miró a su alrededor. Ni una oveja. En una piedra cercana había un perro. Parecía un perro pastor.

—Hola —saludó Matías.
—Hola -respondió el perro pastor.
—¿Dónde están las ovejas?
—Acá no.
—Necesito ovejas para dormir —explicó Matías.
—Como todo el mundo —respondió el perro y sacó una libreta –. Veamos, tengo pedidos de ovejas para dormir hasta… Hasta dentro de veinte días. Te puedo dar turno.
—¿¡Veinte días!? —Matías se tiró en el pasto. Veinte días sin dormir le parecían demasiados. Podía contar pajaritos, pajarracos, pajarones. Tal vez pepinos o luciérnagas o peces o tejer nubes o…

* * *
—Mati, Matías, despiértate, vamos a llegar tarde a la escuela.
Matías se levantó y se puso un suave y abrigado par de medias blancas que le había tejido su abuela. Esa mañana hacía mucho frío.

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